Hiriente corazón herido, henchido en plata de orgullo fehaciente, que no encuentra reposo en la noche. Hermoso color de tus venas desplegadas por los dedos en tus manos heladas que solventan los dolores que acrecentan con sus labios. Fuertes tormentas que calman con su fuerza tósigo inmanente de tus ojos. Pervertidas, desmañadas mentes resecas ante un hielo que las quema y las ofusca, con un latir de iris pálido, extraviado, que palpa las palmas frías y no percibe, anonadado, y se aleja, y esperando otra vez el álgido clamor de la ignorancia encuentran un cálido frescor que los desquicia. Y así, vehemencia y parsimonia, como hermanas unidas por la sangre de tus venas, acaban en las palmas de tus manos que claman la tormenta una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario